sábado, 15 de abril de 2017

To be ok with not being ok


Acepto que me las busco. Y rebusco, obviamente. ¿A quién le pasarían, sino, todas estas maravillas? ¿Caer en uno de los primeros seis círculos del infierno, emerger cual Fénix y recaer hasta el ultimísimo fondo? Hasta el sép-timo.

Está bien, es «válido» podría decirse. Ok. "A alguien le tiene que suceder", "es lo que hay". 
O cuando resurja te mando a ocupar mi lugar, o me las arreglo para aceptar el no aceptarlo.

Aceptar el no aceptarlo, exacto.

No me voy a engañar aceptando algo que a las claras es una tirada de pelos, una metida de pata en arena movediza, un sin sentido, una de esas locuras que revuelven estómagos y que indigna hasta a los más compasivos. No, ni en sueños.

No aceptarlo sería un despropósito, una negación (cuando todo lo que hago es no negar, ni aceptar), un retroceso, una mutilación, un gastadero de combustible cerebral en algo que no merece ni la atención, ni el tiempo, ni nada. No merece y ya.

¿Qué resta?

Aceptar el no aceptarlo.
Eso.
Estar bien con el no estarlo.

Dejar de consumir neuronas, espacio temporal y espacial, oxígeno, dióxido de carbono y moléculas de toda clase en un milipensamiento que ronde esta maravilla. Si se acerca, la-mejor-de-las-suertes, la-mejor-de-las-energías. Enviaré luz que irradie de todos mis extremos, de todas mis extremidades, de todos los esquemas, hasta que empañe la oscuridad que me cierne. Empaparla de luz y desintegrarla para que deje de existir en el plano circundante.

Puf.

To be ok with not being ok.

Aceptar que no va a desaparecer, por más que mi oído interno escuche el puf y lo externalice metafísicamente. Aceptar que no acepto la maravilla. No acepto la atrocidad, la animalidad, la fuera-de-lugaridad; y que esa sea mi campaña.
No, no lo acepto, pero acepto el no aceptarlo porque, de no hacerlo, la oscuridad nos absorbería en un agujero negro infinito hasta dejar de existir. Así que agradecer que acepté, sin aceptar, es una gran alternativa y una enorme señal de cordura y lugarismo, los cuales a algunos les hacen tanta falta...

sábado, 25 de marzo de 2017

180 días después


Todavía no sé qué curioso hilo del destino enredado me llevó a encontrarte donde no quería hallar a nadie, donde deambulaba sin rumbo cierto.
Tampoco descubriré el por qué, pero aún así lo comprendo.

Hay que ser valiente para entregarse sin garantías, sin más, sin menos, sin peros, sin prisa, sin rodeos, sin brisa, sin ráfaga, sin tormenta. Seamos sinceros: nada es seguro, ni en la vida ni en el amor.
Confié, elegí hacerlo porque me dejé de cobardías y me propuse ser feliz. Hasta donde pudiera o llegara esa felicidad.

Hace 180 días no te conocía, no reconocía tu mirada, no olfateaba tu perfume, no me mimetizaba en tu abrazo. Hoy tampoco lo hago, perdí el derecho a varios permisos.

Me permito abrirme y decir que sí, sentí mucho. "Los sentimientos son subjetivos", dirán algunos. Pues bien, fui ese amor. Existí como tal hasta que dejé de ser él.

Fue corto, duró la mitad de esta distancia temporal, pero fue intenso y me ayudó.

Me ayudó a elegirme por sobre los sentimientos de incompletitud que me aquejaban.
Me recordó la sabiduría detrás del no y su utilidad para sanar, cuando lo que era ya no es.


-.¿Lo amé? Sí. Ya sé, es fuerte. Nunca (se) lo dije, pero lo sentí, lo vi, lo palpé, hasta que el castillo de naipes se derrumbó en mi cara y no me dieron las manos para recuperar todas las cartas. Los falsos, las sotas.-

180 días más tarde sigue remoloneando una que otra mariposa como recordatorio de lo que no estuvo destinado a ser. No por una señal extra-planetaria o un llamado celestial/divino, sino porque la palabra Fin venció al Continuará...

Y 180 días más tarde, espero que la última habitante decida revolotear hacia el exterior, abriéndose paso nuevamente hacía otro hilo, otra historia, otro camino, otro caminante al andar.

jueves, 26 de enero de 2017

Crónica de un desentierro de recuerdos

9/12/16

Me vi envuelta en lo maravilloso de todo el universo y me dejé sucumbir sin peros. Desde las charlas más insignificantes hasta los besos más profundos, mi alma cantaba alegre y plena. Extasiada, me veía obnubilada y creí, lo elegí, en todo aquello que me ofrecías. En todo lo que me vendías. Hasta el más mínimo detalle me conquistaba y hacía andar las manecillas del reloj que marcaba las horas felices a tu lado.
Un día, el reloj paró pero aún así restaba algo de poder en su batería. Poder entender, poder observar, poder esperar, poder perdonar... Hasta que el único poder restante invadió el tiempo, poder olvidar.

Que fui feliz a tu lado y que di lo mejor de mi.

Que ante solo un saludo vivo de tu parte hubiese echado marcha atrás y caído rendida en tus brazos.
Que mi corazón late con tan solo verte, leerte, respirarte.
Que me querías y que te quería aunque elegiste abandonar y dejar de querer, dejar de poder.
Que nunca te tuve.


Y recordar todo lo hermoso, atesorarlo, guardarlo en un cajón hasta ser un poco más fuerte y poder recordar sin lastimarme aún más en el proceso.


Porque sigo temblando como el día uno, y pensando(te), aunque no estemos destinados a ser.
10/1/17


¿Encontraría al mago?


Aquel que rompería con los esquemas y le daría rienda suelta a mi verborrea compulsiva, que frenaría las especulaciones de mi mente y se daría paso hacia mi corazón.
Algunas veces supuse que lo había hallado pero lo perdí, o me perdieron, o más bien me dejaron perder en múltiples sentidos.

Será que el amor todavía no me eligió, que estaré demasiado chapada a la antigua o que realmente no encontré al mago. 
Entonces seguiré en el juego de encontrarlo o bien, dejaré que me encuentre. Desprevenida, inadvertida de su existencia hasta que elija hacer presencia. Porque los magos son así, temperamentales, imprevisibles e inigualables. Porque planearlo sería imposible e imaginarlo, un despropósito. Solo al cruzar me daré cuenta, algún día, si tropecé con aquel mago de mi vida.


26/01/17

Me entreno todos los días para no pensar en ti. Pero es inevitable, te encuentro en la simplicidad de las cosas.
En lo cotidiano, en lo extraordinario y hasta en lo inimaginable.
Estás siempre ahí.
Estás estando y sin estando. Sinesteseando.

Quizás me involucré demasiado y me dejé llevar del otro lado del espejo, por un reflejo que me supo desfigurar todos los diseños que había imaginado.

¿Por qué? Porque la compañía que pensaba y que anhelaba me abandonaba para no ser. Ni estar.

A veces siento que todo fue en vano y me enojo con migo misma por haberme equivocado. No es poético, es realidad. La mía, al menos, tal vez; porque es difícil querer aceptar una disculpa que nunca se me ofreció y también -y de repente aún más- perdonar a quien nunca se arrepintió.

Entonces respiro hondo y (me) digo: Che, ¿para tanto? ¿No estarás un poco mucho del marote ya? Y me (auto)respondo: Siempre lo estuve, da igual.

De todo se aprende, desde los errores hasta de la locura que se apoderó de mi cuando te conocí.

Seguiré derramando alguna que otra lágrima que me venga a molestar. De cuando en tanto vuelve ese «algo» trabado en el lagrimal que me atormentaba en demasía en un principio, a escudriñarme. Luego de consentirle con películas y/o canciones y/o poemas melancotristes, le diré que todo es parte de ir probando las llaves que mejor le sientan o sienten (sea por emoción o por pinta, o viceversa) a cada uno, y que ésta en particular no fue.

No fue pero esta-sin-estando, ¿entonces?

Dejarlo (todo) ir, y si te pienso, te soltaré y te desearé lo mejor, Amor, Luz y Paz, y que encuentres tu llave, la-mejor-que-te-sea.



Poco a poco sentiré mi Libertad en cada letra y carácter regresando y, esperando que me perdone, le convidaré un mate de aquellos. Amargo, por supuesto -y por el mío- como la hiel; y quizás un macaron o dos, dependiendo de la gravedad del recuerdo. Dependiendo de la profundidad de la melancotristeza, y desde luego de su continuidad y asiduidad (el orden de los factores no altera el producto).

Definitivamente, tal vez, esta ocasión es Adiós.



viernes, 7 de octubre de 2016

Se P tiembre

Hoy

Un 22
Un jueves
¿Se alteró la dinámica?

Estaba volviendo a mi casa, un poco melancólica, un poco triste; melancotriste dirían algunos, por las muchas cosas que pueden suceder en un segundo.
No me malentiendan. Fueron segundos maravillosos e irrepetibles aunque estuviese cuasi coreografiado cual Don Quijote, tercer acto. La nostalgia me llega por esos momentos suspendidos en el tiempo al estilo de un broche en una soga. Melancolía, por no poder aprovechar al máximo esos segundos, aunque ya de por sí sean un atisbo de cielo. Pero está en mi naturaleza pensar demasiado, es algo con lo que lidio día a día, curva a contra curva. Esa necesidad patológica de alcanzar la perfección aunque ya de por sí sea perfecto; es perfecto, como si estuviese dentro de una utopía. Y así me voy moviendo por la vida. Debería meditar un poco al respecto, pero esto no es lo que me acude hoy.

Hoy volvía, decía, a mi casa en una nube, subterránea, hecha de pompas de jabón, malvaviscos y caramelos y todas esas cursilerías que afloran como consecuencia de este tipo de segundos. Este nubarrón, afortunadamente, contrarrestaba el hollín del vagón octogenario que me deslizaba raudamente. De repente, algo chocó conmigo. Un padre, váyase a saber soltero, casado, viudo o qué, pero al fin y al cabo, solo. Estaba malabareando a dos niñas rulosas y cachetudas como yo alguna vez lo fui. Lo vi tan absorto, tan padre que me cautivó, y capturó toda mi atención. Mientras la más grande, unos seis años quizás, se apresuraba al asiento vacío, me acomodé en mi butaca a contemplar la escena. Su padre acomodó el cochecito de la más pequeña y se sentó junto con la mayor. Muy a su pesar, su hija exclamó: “¡¡¡No!!! ¡Quiero estar sola!” y en ese momento pensé, qué cosa... esta pequeña no tiene idea de lo que está diciendo.

Estar sola en la vida puede ser bueno, lindo, pero para mí la vida es mucho más linda y más llevadera si se hace de a dos. Codo a codo, compartiendo gustos y disgustos, ojalá pocos de estos últimos, pero acompañándose al fin. Acompañándonos. Con cierta complicidad, descifrando acertijos, jugando, disfrutando, divirtiéndonos, enseriándonos y volviéndonos a reír otra vez.

Otra vez, retomo. El padre, luego, le preguntó que quería cenar; ella detalló lo que, presumo, eran sus platos favoritos: huevofritopapasfritas, y un poco de puré. No me podía creer lo paciente y complaciente y aun así prudente que era ese hombre con ellas. El subte gritó Venezuela y la mayor también; y así me predispuse a bajar, de mala gana, en mi estación. Al ascender por las escaleras, me percaté que, con ese subte que se alejaba, se iba una historia, muchas de hecho. Al igual que el otro que huía en la otra dirección. Un cruce de caminos, un cruce de cuentos. Quizás se colarían de un subte al otro, quizás seguirían rumbo o no, o cambiarían vagones atravesando esos diminutos puentecitos.

En fin, ascendí y me dirigí a danza, mi refugio. En el camino, a la salida de una clínica -qué ironía-, me tropecé con una madre pegándole a una niña de tres que no paraba de llorar y para colmo la más “madura” le vociferaba: “Portate bien porque lo digo yo, tenés que hacerme caso, tenés que hacer lo que yo te digo, yo te avisé”. Me paralice y pensé, qué loco este mundo, de un extremo al otro sin escalas. 

Escalando la calle, un poco atolondrada, otro poco estupefacta, me vi en un espejo. De esos que te sorprenden porque, a pesar de haber recorrido miles de veces esos caminos, aparecen de repente, en los momentos más indicados. Entonces me vi, plasmada, calcada en esa puerta-espejo y me atravesó la idea de que podemos ser reflejos en la vida. Sí, reflejos. Podemos vivir siendo imitaciones, versiones incompletas de nosotros mismos o podemos elegir ser el espejo y darlo todo aunque podamos ser quebrados y que nos toquen siete años de mala suerte. También puede ir uno existiendo en el limbo entre el espejo y el reflejo, pero ir viviendo de a puntitas de pie es para cobardes. Vivir es para los valientes.


Y ahora pregunto, ¿de qué lado estás? Espero que de la misma mano y en la misma calle; caso contrario, sería un poco complicado pasar del reflejo al espejo sin correr el riesgo de quebrantar todas las reglas, todos los espejos, todos los corazones.

sábado, 27 de febrero de 2016

La Tierra y la Luna






La Tierra y la Luna se miran y se desafían.
Se conquistan día a día, se turnan, se guían.
Un día es ser amado, y otro, amante. Laten.
El uno con el otro, se comparten. Parten.
En sus propios viajes, con sus propios rayes.
Se contienen, en la inmensidad del universo entero
Girando ensimismadamente alrededor del Sol, pleno.
Desinteresadamente se ayudan, curva a contracurva,
Fase a fase, con pausa, elevando y construyendo.
Se iluminan, a tal punto en que queman sus mismísimos puentes.



Y cuando pregunten cómo, no sabrán explicarlo pues,
Mirándose el uno al otro, es como si ni lo hubiesen intentado.
Cuenten, les dirán, cuál es el gran secreto
Para tenerse mutuamente, para amarse, sin invadir ni ahogar.
Para estar tan cerca, pero sin poderse tocar. 
Para darse brillo, sin cegar. 
Para atraerse el uno al otro, sin apabullar.
Para equilibrarse, sin desbarrancar.
Para confiar plenamente sin caer en la inocencia de que
Por ser satélite se puede creer estrella, o por ser planeta se puede pensar centro.



Y el secreto es ese mismo: El centro. Ser el centro céntrico. 
El "centrismo". Pecar de egoísmo y narcisismo.
Porque el amor es mejor de a dos.
Qué sería de la Tierra sin la Luna y de la Luna sin la Tierra.
No me atrevería ni a imaginarlo. Reinaría el caos en desmesura.
No habría cura para tal catástrofe desmadrada, enmarañada, 
Desenfrenada e impensada. Contra natura.
De existir dicho fenómeno, rondarían impares por la vida.
Literalmente, solos, únicos, im-pares, sin-par, hasta el anochecer de los tiempos
Cuando, por acción divina o por atracción de los cielos, se reúnan, para nunca dejarse ir.





Continuando su travesía a lo largo de su órbita,
Sintiéndose sin tocarse, mirándose aunque sea de reojo, despojándose
De toda amargura, de todo rencor reticente al temor de verse nuevamente 
Separados, bajo el reinado del Sol. Para darle lugar al amor.
Del tipo que triunfa a pesar de cualquier pronóstico, 
Que se abre paso por más que uno niegue su existencia.
Que exige clemencia hasta a los más desesperanzados porque todos,
Absolutamente todos, merecemos Amor. Del más puro, rojo, honesto, sentido, transparente Amor. 
Seas satélite, planeta o estrella; seas hombre, mujer, niño o niña; 
Meteorito, pastel de papas, tomate, frutilla o zanahoria.

Merecemos Amor.
Como el que sienten la Luna y la Tierra,
De corazón a corazón.

lunes, 21 de septiembre de 2015


El día en que por primera vez pronuncié la palabra resorte de una forma enteramente cortazariana, geseando las erges y zeteando las ezes, me di cuenta lo mucho que se había transferido a mí de Don Julio. No solo su pronunciación, que brota en mi lengua esporádicamente como ciertas flores, sino su ser, su todo, sus hábitos, su joie de vivre y su ojo observador me ha marcado desde que lo conocí por primera vez con "Casa Tomada" hasta hoy, con todo lo que hay, queda, habrá y probablemente quedará de su palabra. Aquellas cosas que han sido publicadas y las que no porque probablemente están enterradas aún hoy en algún escritorio, en algún recoveco del cual nadie se percató, en algún lugar de París, de Buenos Aires o quién sabe dónde, que algún día, Dios, Alá y Mahoma quieran, verán la luz.



Entonces me pregunto, ¿tanto me habrá influenciado? Y la realidad es que sí, de hecho permití que así sea porque sus palabras se infundían en mi mente convirtiéndose en imágenes y conceptos tan claros que se volvieron inolvidables. Sus páginas impresas me imprimieron, así de simple. Así, agradezco a los que me lo mostraron por primera vez, que me incentivaron a leerlo y que me demostraron que no era incomprensible, que era él. Era Cortázar siendo Cortázar.




Y yo siendo yo, aprendí de él mucho, más que simples palabras conocí ideas, miradas, aires, paisajes, música, amor... Todo. Entendí cómo era que él amaba, y caí en la cuenta que esa forma de amar era todo lo que yo quería. Y más. Ese amor atrapante que no te deja ir, que invade tus pensamientos, que inunda tus días, que cada cosa que escuchás o ves te lleva directamente a ese alguien. Ese alguien con el cual no necesitás más que darte una mano, que verlo a los ojos, con los ojos de cíclope para poder entrar en esa complicidad única que solo aquellos que se aman gozan verdaderamente. Ese reconocimiento en el alma desnuda del otro, ineludible e inolvidable, que genera aprendizaje, que se hace dueño de tu corazón, de todo, a causa de los más importantes acontecimientos o de los más insignificantes detalles que tienen, desde luego, absoluto significado. Aprendí que un tablón de madera no puede separarte de quién amas, a menos que seas un cobarde; si querés luchar y animarte por lo que querés, por lo que amás de verdad, de la única forma que se puede amar verdaderamente, sos capaz de cruzar la calle como un equilibrista de circo y yo...


Y yo me reiré tanto como pueda, como me permita para no distraerte, porque en el fondo sé que sos capaz de todo lo que te propongas. Porque en el fondo de mi sonrisa, de mis carcajadas estrafalarias, estás vos. Por eso trato de contenerme, porque sé que por más capaz que seas, si un atisbo de mis aullidos te distrae y caes al vacío, jamás podría perdonarme. Porque sin vos, la felicidad no es más que una ilusión, porque claramente no eres mío y algún día volarás y solo me quedará tu recuerdo, porque eres libre. Pero mientras tanto, quisiera que estés conmigo porque a tu lado el tiempo es infinito, porque tu sonrisa esconde algo que me parte literalmente el alma, porque seremos felices de verdad, y no de promesa. Para poder hundir mis manos en tu pelo y escuchar la música caer en forma de lluvia... y amarte, aunque no me ames, y que me ames aunque no te ame porque yo sí estoy a tu lado sin esperar nada a cambio, sin decirlo, aunque vivamos desencontrados, aunque transcurramos por la vida en distintos tiempos, aunque no estemos destinados a ser. Aunque me desbordes el alma, y las páginas, y la verborrea, y las palabras, porque mis ojos se llenan de ganas de verte cuando sé que estás cerca. Pero, ¡si no somos nada, che! Pero... si somos todo...

lunes, 17 de agosto de 2015





Te extraño.
Te extraño y lo escribo porque prefiero no decirlo.
Prefiero no decirlo porque tengo miedo.
Miedo de que un hola termine en un adiós.






No puedo evitarlo si pensé que me querías.
Tanto que no podía hablar, no podía ver la realidad.
Atrapada en un remolino en la vasta inmensidad
del espacio entre nosotros dos.










No puedo evitar que mi corazón repiquetee, 
Que mi mente se acelere y lucubre sin parar.
Le tengo miedo al viento a pensar de que
nuestras raíces son profundas.












Sé que tu corazón no me pertenece
pero no sé por qué te quiero tanto.
Tanto que me quiebro, enloquezco porque sé
Sé que no soy por quién te desvelas
ni por quien pierdes el tren del pensamiento.
Pero sé que a pesar de todo eso,
no sé cómo, no sé por qué, no sé como qué,
te sigo queriendo como si fuera el día número 1.-


martes, 26 de mayo de 2015

Vida





La vida va, viene, frena, arranca, atropella, esquiva, y nos da vuelta de adentro para afuera constantemente. Nos pone a prueba segundo a segundo, quiero creer, con algún propósito mayor que tal vez no comprendamos en ese momento pero que ya decantará. Con el ahínco de que tropecemos diez veces y nos levantemos once. Para que aprendamos de alguna manera, cueste lo que cueste. 


La vida es eso.

La vida es todo.

La vida es nada.








Es más y menos; o menos; o más. Es todos y nadie, es vos y yo. ¿Vos y yo?

O vos,

O yo.

Si por un momento nos detenemos a pensar, y se nos ocurre que hay algo más allá del todo; 
que más allá hay vida, quiero que sepas que me lo imagino impoluto, etéreo, mágico. 
Pero por sobre todas las cosas, ansío que conozcas lo que pienso.
Que por sobre todas las cosas, 
te imagino a vos a mi lado.




domingo, 29 de marzo de 2015





Esta complicidad rebosa hasta tasas de té, 

de cosas que nadie sabe, excepto usted.
Risotadas alejadas por la vieja marejada
que siempre vuelven, intactas instantáneas.

Momento a momento, es como si nada cambiara.
Tanto, que siempre volvemos a la llegada.
Cantemos sin que importe el ayer,
ni el presente, ni el después. 

Ya es tarde otra vez.







Y ahora te vas, y es como si me arrancaras el aire.
Solo quedan los despojos de los abrojos, vagando por la corriente.
Y mi mente se deviene, se entretiene con postales idealizadas
de tu trama enmarañada mientras miro por la ventana.

Tiempo al tiempo, me decían, me aseguraban.
Sin duda me confesaba, si tan sólo lo adivinara.
Porque nada lo superaba, lo sacaba de mi mente.
Que residente tan fiel, y que destino tan cruel.

Y así volvemos al comienzo,
donde nada es verdad, todo es incierto.
Donde siento que te pierdo y te vuelvo a tener,
como todos los días, en mi corazón a flor de piel.

miércoles, 11 de febrero de 2015

  Cuando algo me ata, los amaneceres me liberan día tras día. Me indican que comienza un nuevo día -o más bien, que el sol salió sería más apropiado-, porque qué es eso que llamamos día sino un recuento de horas, minutos y segundos que nos marca el paso.
  Los amaneceres me dictan las horas y me muestran el camino; el roce, la caricia de tus "te quiero" me van guiando de a poco. Persigo su eco dudando si sigues diciéndolo o si voy detrás de una sombra, del eco de tu eco.
  A veces llego al punto en que estoy hipnotizada y camino sin saber cómo ni a dónde pero lo mismo camino, marcho. Tu mirada me da paz y me mantiene viva, deseando cada vez más vida, más de la vida y de todo lo que ella me pueda dar.
  Sigo el camino, mi camino; y ya no hay nada que me ate.