lunes, 21 de septiembre de 2015


El día en que por primera vez pronuncié la palabra resorte de una forma enteramente cortazariana, geseando las erges y zeteando las ezes, me di cuenta lo mucho que se había transferido a mí de Don Julio. No solo su pronunciación, que brota en mi lengua esporádicamente como ciertas flores, sino su ser, su todo, sus hábitos, su joie de vivre y su ojo observador me ha marcado desde que lo conocí por primera vez con "Casa Tomada" hasta hoy, con todo lo que hay, queda, habrá y probablemente quedará de su palabra. Aquellas cosas que han sido publicadas y las que no porque probablemente están enterradas aún hoy en algún escritorio, en algún recoveco del cual nadie se percató, en algún lugar de París, de Buenos Aires o quién sabe dónde, que algún día, Dios, Alá y Mahoma quieran, verán la luz.



Entonces me pregunto, ¿tanto me habrá influenciado? Y la realidad es que sí, de hecho permití que así sea porque sus palabras se infundían en mi mente convirtiéndose en imágenes y conceptos tan claros que se volvieron inolvidables. Sus páginas impresas me imprimieron, así de simple. Así, agradezco a los que me lo mostraron por primera vez, que me incentivaron a leerlo y que me demostraron que no era incomprensible, que era él. Era Cortázar siendo Cortázar.




Y yo siendo yo, aprendí de él mucho, más que simples palabras conocí ideas, miradas, aires, paisajes, música, amor... Todo. Entendí cómo era que él amaba, y caí en la cuenta que esa forma de amar era todo lo que yo quería. Y más. Ese amor atrapante que no te deja ir, que invade tus pensamientos, que inunda tus días, que cada cosa que escuchás o ves te lleva directamente a ese alguien. Ese alguien con el cual no necesitás más que darte una mano, que verlo a los ojos, con los ojos de cíclope para poder entrar en esa complicidad única que solo aquellos que se aman gozan verdaderamente. Ese reconocimiento en el alma desnuda del otro, ineludible e inolvidable, que genera aprendizaje, que se hace dueño de tu corazón, de todo, a causa de los más importantes acontecimientos o de los más insignificantes detalles que tienen, desde luego, absoluto significado. Aprendí que un tablón de madera no puede separarte de quién amas, a menos que seas un cobarde; si querés luchar y animarte por lo que querés, por lo que amás de verdad, de la única forma que se puede amar verdaderamente, sos capaz de cruzar la calle como un equilibrista de circo y yo...


Y yo me reiré tanto como pueda, como me permita para no distraerte, porque en el fondo sé que sos capaz de todo lo que te propongas. Porque en el fondo de mi sonrisa, de mis carcajadas estrafalarias, estás vos. Por eso trato de contenerme, porque sé que por más capaz que seas, si un atisbo de mis aullidos te distrae y caes al vacío, jamás podría perdonarme. Porque sin vos, la felicidad no es más que una ilusión, porque claramente no eres mío y algún día volarás y solo me quedará tu recuerdo, porque eres libre. Pero mientras tanto, quisiera que estés conmigo porque a tu lado el tiempo es infinito, porque tu sonrisa esconde algo que me parte literalmente el alma, porque seremos felices de verdad, y no de promesa. Para poder hundir mis manos en tu pelo y escuchar la música caer en forma de lluvia... y amarte, aunque no me ames, y que me ames aunque no te ame porque yo sí estoy a tu lado sin esperar nada a cambio, sin decirlo, aunque vivamos desencontrados, aunque transcurramos por la vida en distintos tiempos, aunque no estemos destinados a ser. Aunque me desbordes el alma, y las páginas, y la verborrea, y las palabras, porque mis ojos se llenan de ganas de verte cuando sé que estás cerca. Pero, ¡si no somos nada, che! Pero... si somos todo...

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