Impulsame a soñar.
No te voy a olvidar aunque mi último recurso
sea imaginar. Imaginarte. Imaginarnos.
Así te veo en mis ojos. Te veo en todo, en el cielo,
en el Sol, en la Luna.
Te veo en el movimiento.
En las cosas más simples,
veo tus huellas,
las veo aunque no quiera,
aunque no deba,
aunque ya, a pesar de todos los intentos,
no me de cuenta.
¿Qué es lo que queda? Un tren vacío, pero lleno de recuerdos. Que se mueve pero a la vez está congelado por mi miedo, por mi duda constante, por una pregunta sin respuesta.
¿Qué es esto?
Y esto desencadena en una espiral infinita de cuestionamientos.
Que no para, no se detiene, y siempre vuelve a empezar.
¿Qué soy?
¿Qué está pasando?
Ya no me importa.
Si es a, si es b, si es c, o cualquiera de las variables.
Lo más importante es el centro de la cuestión. Creo que ya no me importa lo que pienses, lo que piensen y lo que pienso. Porque todo va a seguir igual. Como en una fotografía, el momento se captura, y yo creo que esto no es más que nada.
Si existen los tréboles de cuatro hojas, uno no vendría mal.
Antes de que todo se vuelva antiguo, una reliquia, de tanto esperar sin actuar; algo debería pasar.
El movimiento, un susurro del viento,
una sombra bajo una hoja, la luz natural de la Luna.
Solo queremos llegar al cielo. A través del movimiento, sin importar si debemos desenredar lo enredado, iluminar lo obscurecido.
Siempre encontraremos estas huellas fantasmas a contraluz. ¿Serán de verdad? ¿Será la verdad?
Porque siempre,
siempre,
vamos a encontrar esos huecos de luz,
de esperanza, que nos recuerdan al pasado,
de aquellos tiempos dorados, que dejamos atrás,
olvidados, congelados.
A la espera que, ante una nueva mirada de nuestros ojos,
podamos ver
aquello que vimos,
aquello que vi.
Escondido tras un árbol.
Caminando,
sonriendo,
aún hoy, y para siempre,
haciendo camino.
Al andar.