viernes, 7 de octubre de 2016

Se P tiembre

Hoy

Un 22
Un jueves
¿Se alteró la dinámica?

Estaba volviendo a mi casa, un poco melancólica, un poco triste; melancotriste dirían algunos, por las muchas cosas que pueden suceder en un segundo.
No me malentiendan. Fueron segundos maravillosos e irrepetibles aunque estuviese cuasi coreografiado cual Don Quijote, tercer acto. La nostalgia me llega por esos momentos suspendidos en el tiempo al estilo de un broche en una soga. Melancolía, por no poder aprovechar al máximo esos segundos, aunque ya de por sí sean un atisbo de cielo. Pero está en mi naturaleza pensar demasiado, es algo con lo que lidio día a día, curva a contra curva. Esa necesidad patológica de alcanzar la perfección aunque ya de por sí sea perfecto; es perfecto, como si estuviese dentro de una utopía. Y así me voy moviendo por la vida. Debería meditar un poco al respecto, pero esto no es lo que me acude hoy.

Hoy volvía, decía, a mi casa en una nube, subterránea, hecha de pompas de jabón, malvaviscos y caramelos y todas esas cursilerías que afloran como consecuencia de este tipo de segundos. Este nubarrón, afortunadamente, contrarrestaba el hollín del vagón octogenario que me deslizaba raudamente. De repente, algo chocó conmigo. Un padre, váyase a saber soltero, casado, viudo o qué, pero al fin y al cabo, solo. Estaba malabareando a dos niñas rulosas y cachetudas como yo alguna vez lo fui. Lo vi tan absorto, tan padre que me cautivó, y capturó toda mi atención. Mientras la más grande, unos seis años quizás, se apresuraba al asiento vacío, me acomodé en mi butaca a contemplar la escena. Su padre acomodó el cochecito de la más pequeña y se sentó junto con la mayor. Muy a su pesar, su hija exclamó: “¡¡¡No!!! ¡Quiero estar sola!” y en ese momento pensé, qué cosa... esta pequeña no tiene idea de lo que está diciendo.

Estar sola en la vida puede ser bueno, lindo, pero para mí la vida es mucho más linda y más llevadera si se hace de a dos. Codo a codo, compartiendo gustos y disgustos, ojalá pocos de estos últimos, pero acompañándose al fin. Acompañándonos. Con cierta complicidad, descifrando acertijos, jugando, disfrutando, divirtiéndonos, enseriándonos y volviéndonos a reír otra vez.

Otra vez, retomo. El padre, luego, le preguntó que quería cenar; ella detalló lo que, presumo, eran sus platos favoritos: huevofritopapasfritas, y un poco de puré. No me podía creer lo paciente y complaciente y aun así prudente que era ese hombre con ellas. El subte gritó Venezuela y la mayor también; y así me predispuse a bajar, de mala gana, en mi estación. Al ascender por las escaleras, me percaté que, con ese subte que se alejaba, se iba una historia, muchas de hecho. Al igual que el otro que huía en la otra dirección. Un cruce de caminos, un cruce de cuentos. Quizás se colarían de un subte al otro, quizás seguirían rumbo o no, o cambiarían vagones atravesando esos diminutos puentecitos.

En fin, ascendí y me dirigí a danza, mi refugio. En el camino, a la salida de una clínica -qué ironía-, me tropecé con una madre pegándole a una niña de tres que no paraba de llorar y para colmo la más “madura” le vociferaba: “Portate bien porque lo digo yo, tenés que hacerme caso, tenés que hacer lo que yo te digo, yo te avisé”. Me paralice y pensé, qué loco este mundo, de un extremo al otro sin escalas. 

Escalando la calle, un poco atolondrada, otro poco estupefacta, me vi en un espejo. De esos que te sorprenden porque, a pesar de haber recorrido miles de veces esos caminos, aparecen de repente, en los momentos más indicados. Entonces me vi, plasmada, calcada en esa puerta-espejo y me atravesó la idea de que podemos ser reflejos en la vida. Sí, reflejos. Podemos vivir siendo imitaciones, versiones incompletas de nosotros mismos o podemos elegir ser el espejo y darlo todo aunque podamos ser quebrados y que nos toquen siete años de mala suerte. También puede ir uno existiendo en el limbo entre el espejo y el reflejo, pero ir viviendo de a puntitas de pie es para cobardes. Vivir es para los valientes.


Y ahora pregunto, ¿de qué lado estás? Espero que de la misma mano y en la misma calle; caso contrario, sería un poco complicado pasar del reflejo al espejo sin correr el riesgo de quebrantar todas las reglas, todos los espejos, todos los corazones.