miércoles, 15 de enero de 2014

La Corriente

¿Qué es lo que sucede cuando ir con la corriente se vuelve monótono, en lugar de ser un camino turbulento?
La decadencia se incrementa y la vehemencia se desvanece, y al fin deja a su paso las marcas de un pasado correcto en todos los sentidos salvo con el de uno mismo.

Sentir la rugosidad alrededor que presagia el cambio de estructura, la cómoda incomodidad, o lo contrario; esa sensación de correr contra la corriente por el simple deseo de enfrentarla una y otra vez, y cada vez más nos mantiene de alguna manera estables dentro de nuestra propia inestabilidad, desafiante.

Este tire y afloje logra mi propia necesidad de saber qué será eso que me arrastra; quiero saber qué hay más allá de donde ya no llego a poder ver nada, ni distinguir el eterno horizonte.

La corriente gana fuerzas y por momentos nos avallasa, no tiene un pelo de tonta, nos conoce y vigila; por eso muchas veces gana. El objetivo de este "juego" sería ¿no dejar el brazo a torcer frente a ella? Porque tenemos la fuerza necesaria para contrarrestarla, para ser testarudos como una roca y permanecer en un lugar por muchos años casi de manera inalterable.

Pero eventualmente el paso del tiempo nos erosiona, nos modifica y nos va a formar para seguir a la corriente, pendiente de nuestras hazañas para así cuando transitemos nuevamente esos lugares sintamos que fueron nuestra casa verdadera, por el tiempo pasado en ella aunque no haya sido nuestra propia casa.

Porque desde luego, no dormimos en ella, no nos bañamos en ella, no cenamos con nuestras respectivas familias ahí. Sólo pasamos largas tardes, y casi noches, en buena compañía, al resguardo y, consecuentemente, formándonos con su ayuda. Su lugar en el mundo. En mí dejó una marca, y así es que al transitar esos lugares una amplia sonrisa se dibuja en mi rostro y, si el humor me acompaña, suelto una pequeña risotada en mi asiento de pasajera, para el deleite de mis conocidos compañeros de viaje de colectivo.

Y nada puede cambiarlo, ni yo, ni el tiempo mismo, ni nadie. Por lo cual uno termina amando a la corriente; y esa es su belleza.