Año a año, día a día los que no están se hacen presentes en todo, en todos nosotros, en todas las cosas. Tienen maneras de comunicarse, considero, con los que seguimos de este lado del espejo.
Dándole tiempo al tiempo es de la única manera en que puedo entender, e incluso muy puntualmente apreciar. Lo que se nos quita vuelve a nosotros, siempre, de las maneras más inesperadas.
La muerte siempre nos rodea, nos acecha y, por ende, pasamos tanto tiempo con ella como lo pasamos con la vida. Es un status-quo que es muy frágil ante cualquier cambio en su composición, y esto se trasluce en la realidad.
En mi vida, la muerte siempre estuvo ahí. Por cuentos de terceros, o por experiencias en primera persona. En nuestras vidas, la muerte siempre está. Curioso, ¿no?
¿Cuál será el objetivo detrás de tantos malabares? ¿Tanto azar? ¿O será lógico, planeado?
Lo que quiero creer es que todo pasa por algo. Que la gente que se fue haya cumplido con sus objetivos del lado de acá. Que del lado de allá no hay violencia, ni resentimiento, ni odio. Y aún así, la muerte me genera que la odie, que odie la muerte de la gente, que odie que la muerte se lleve a la gente de acá para allá.
Pero por algo será...
Entonces lo que queda es conservar los momentos, las ideas, recordar siempre y nunca olvidar. Mantener viva la memoria de las personas queridas y amadas por nosotros, y así vivir digna y eternamente en el conocimiento. Porque detrás del olvido sólo hay muerte, yo te recuerdo. Ayer, hoy y siempre. Yo los recuerdo, recuerdo los momentos, los años, las emociones. Porque por algo habrán sucedido, algo habrán querido significar. Algo habrán hecho.
Porque detrás del olvido sólo hay muerte.